De los numerosos narradores que comenzaron a escribir en la década de 1990, son pocos los que sobreviven en la memoria de los lectores. Quienes convirtieron a la marginalidad en una postal decorativa, quienes no cuestionaron ni la identidad ni el lenguaje de sus protagonistas, quienes nos ofrecieron fotocopias del artista adolescente y confesiones de una cáscara, han quedado atrapados para siempre entre el descaro y la promesa. Dentro de esta novelística JUM (joven, urbana y marginal), la novela más destacada por sus logros estilísticos y su capacidad de formalizar creativamente los conflictos de la degradación, la violencia y la soledad fue Al final de la calle (1993) de Óscar Malca. Por su parte, Carlos Rengifo publicó La morada del hastío (2001) todavía bajo el influjo de la novelística precedente; sin embargo, ya se observaba su capacidad en el diseño de personajes femeninos y su sintaxis minimalista que escondía una gran fuerza expresiva. La casa amarilla es una novela que desarrolla una historia literaria común, pero que alcanza ribetes notables por la cabal reconstrucción de la vida interior del personaje central, la adolescente Delicia.
Los silencios del narrador (no se dice explícitamente que la casa amarilla es un manicomio, que Delicia es esquizofrénica, que su padre la violó reiteradamente) y sus ambivalentes sugerencias crean una atmósfera que distorsiona la realidad y multiplican los sentidos de la lectura. Cuando Delicia mata a Barrabás elimina a su verdugo sexual, pero rompe el único vínculo que tiene con el mundo Real. Ella mata al producto privilegiado del Otro (al orden simbólico que legitima la realidad). Después de esto solo le queda la cárcel de su síntoma que se hace gradualmente más intolerable, pero que, simultáneamente, es la única brújula que tiene para orientarse. Por ello, para Delicia «lúcida solo dentro de sí misma, lo externo era ahora una nebulosidad que rara vez se clareaba». La pericia del narrador consiste en calar verticalmente en la lógica y el discurso de la locura y mostrarnos sus avatares sin dramas ni concesiones: «Se quitó los cisnes y fue a mirarse a la laguna, cogió el zapato y se peinó delicadamente, viendo en el reflejo las góndolas colgadas en la caverna». El sentido global de la novela se apoya en la intertextualidad con los colores incendiados y la conducta insana de Van Gogh, y con los poemas de Extracción de la piedra de la locura de Alejandra Pizarnik. También hay alusiones a la cultura de masas: la protagonista desea recrear la famosa escena del vómito de la niña de El exorcista. La audacia estilística y la belleza formal alcanzan su punto culminante en la digresión sobre la«fétida cloaca del linaje humano», como se autodenominaba Santa Rosa. La animada narración de sus autoflagelaciones en la Lima virreinal revela no solo el estudio de la sensibilidad de una época, sino la cabal aprehensión de la vida cotidiana y las formas perversas de la experiencia mística. El texto parece sugerir que la causa de esa profunda sensación de autoculpabilidad de la santa provenía también del mismo síntoma que padecía Delicia.
Aunque algo estereotipados, la madre prostituta y el padre militar mutilado son sujetos disfuncionales que jaquean las distinciones entre cordura/locura del personaje y su entorno familiar. En toda la novela, los cuerdos son personajes desrealizados y caóticos. La regularidad, la seguridad y el orden están dentro de la casa amarilla. El lenguaje de la loca Delicia es su verdadera morada, el único territorio que le permite existir socialmente mediante el simulacro de la interacción con el mundo hostil de los hombres sanos. La prosa ha sido minuciosamente trabajada, en sus mejores momentos, el ritmo crea una sensación de trance hipnótico. No obstante, a veces, el lector lamenta los bruscos cambios de registro verbal que solo buscan crear una frase efectista, pero que terminan lesionando la trama invisible de las palabras. Esta buena novela marca la resurrección de un autor que superó la vorágine kitsch de la marginalidad urbana, y que halló en las habitaciones de la locura su voz más original y creativa.
Marcel Velázquez
Desolada y bella, La casa amarilla es la historia de una joven herida y frágil que por su resistencia a vivir en la mentira y las apariencias, ha sido internada en un sanatorio por una temporada sin término. No se trata, sin embargo, del mero relato de un evento psiquiátrico, sino de la exploración de las condiciones de la existencia que, en el caso de ella, se despliega entre el deseo y el ansia de vivir en el mundo y la imposibilidad de hacerlo dadas la degradación y la crueldad de las relaciones humanas. Implacable en la búsqueda de las raíces de su propio dolor, la protagonista, en un rapto de lucidez extrema, ejecuta el acto en el que alcanzará la libertad y el sosiego.
Ganado por el buen manejo narrativo, dueño de una prosa sugestiva, Carlos Rengifo se interna en el lenguaje de las formas, donde lo lúdico se mezcla con lo poético, para entregarnos un texto eficaz en el que vislumbramos a un narrador experimentado, hábil en crear atmósferas decantadas y en pintar en breves trazos personajes fronterizos. Con esta novela, Rengifo da un giro singular en su producción literaria, dejando en evidencia su versatilidad creativa, y se constituye en una de las voces más representativas en la narrativa peruana de los últimos años.
Miguel Gutiérrez