domingo, 4 de mayo de 2014

EL JARDÍN DE LA DONCELLA

El nombre de Carlos Rengifo ocupa un lugar de importancia dentro de la narrativa peruana de las últimas dos décadas, esto debido a la variedad y calidad de su producción literaria, pero consideramos que su carrera alcanza, hasta ahora, su punto más álgido con la novela El jardín de la doncella. En su macroestructura, la obra presenta dos secciones: la primera alude a una Lima colonial clasista de mediados del siglo XVII, signada por los sismos, la pobreza, el pecado y el fervor religioso. En esta parte se relata el nacimiento y los primeros años de vida, hasta su llegada a la pubertad, de la hermosa beata limeña Magdalena de los Ángeles, la protagonista del libro. La segunda parte ahonda en su fe religiosa, que la llevará a un aciago desenlace.
A lo largo de toda la novela se aprecia a un narrador tradicional que se detiene morosamente en innumerables detalles significativos al narrar con periodos largos los múltiples acontecimientos que tejen la trama de la historia; lo mismo se aprecia al momento de describir a sus diferentes personajes y escenarios, siempre con un lenguaje muy bien pulido en cada estrofa, cadencioso, por momentos poético, que recoge el léxico y los giros lingüísticos de nuestra etapa colonial, lo que confiere a la novela densidad pero a la vez mayor verosimilitud y poder de persuasión. La historia avanza secuencialmente, pero con frecuentes saltos al pasado. La presencia de la analepsis no resulta gratuita, pues le sirve al narrador para ahondar en la vida de sus personajes con datos relevantes que les otorgan interés y vida propia, y suman en el tejido argumental de la novela.
Además de Magdalena de los Ángeles, desfilan en la novela de Rengifo toda una galería de personajes cautivantes y a la vez perturbadores, como la bella esclava Candulia, víctima de los abusos de su amo, aunque después terminará recorriendo los vericuetos de la ciudad para tratar de aplacar su jamás satisfecho apetito sexual. La ciudad de Lima aparece también como un espacio protagónico. Carlos Rengifo echa mano a su talento narrativo para pintarnos una Lima colonial de enormes casas con balcones y enrejados en los ventanales, un lugar poblado por españoles, criollos, mestizos, indígenas, portugueses y negros, todos moviéndose en sus respectivos espacios e interactuando en las plazas y mercadillos, y compartiendo un mismo fervor religioso y un mismo temor impuesto por el Santo Oficio. Cabe resaltar aquí el rigor con que se ha logrado configurar este universo narrativo donde la gran ciudad de Lima termina siendo el verdadero jardín de la doncella.
En suma, podemos concluir apuntando que si la novela La casa amarilla (Grupo Editorial Norma, 2007) nos mostraba a un escritor que alcanzaba ya la madurez narrativa, con esta novela se confirma lo anterior y convierte a Carlos Rengifo, indubitablemente, en uno de nuestros escritores más importante de las últimas décadas.
Fernando Carrasco

LA CHICA DEL SÓTANO

Desde diferentes puntos de vista, Carlos Rengifo ofrece una historia de amor y amistad entre dos adolescentes. Pero La chica del sótano no se detiene ante la maliciosa inocencia del descubrimiento de la mencionada atracción o poco le interesan las disquisiciones sobre la educación sentimental. El enamoramiento de Fabiano y Mediterránea es el emotivo entramado de una historia abyecta y sórdida que se ambienta metafóricamente bajo tierra, como alude con tanta precisión el título de esta novela.
A fin de mostrar los diversos detalles que intervienen en la construcción de una relación, Rengifo construye los espacios de acción de los protagonistas. Sin duda, el más interesante y complejo es el de Mediterránea, cuyo hogar disfuncional la ha convertido en una muchacha retraída, desconfiada y arisca. No obstante esto, Fabiano encuentra en Mediterránea una ruta para conocerse a sí mismo. Pero la respuesta a la declaración de amor se yuxtapone al doble drama que debe enfrentar Mediterránea: los miedos de su pasado y la incertidumbre de su futuro.
Con un final afortunado, pero no feliz, Rengifo no sucumbe a la tentación de arrancar románticos suspiros ni frívolas sonrisas a sus lectores. Su propuesta impone el peso y consistencia de la dura realidad: una niñez y juventud expuestas a los más viles instintos, prácticas y negocios de pornógrafos pederastas. Y en un epílogo de amplio espectro, se enfatiza que ninguna oscuridad extrema es suficientemente negativa como para destruir la esperanza.
José Donayre

LA CASA AMARILLA

De los numerosos narradores que comenzaron a escribir en la década de 1990, son pocos los que sobreviven en la memoria de los lectores. Quienes convirtieron a la marginalidad en una postal decorativa, quienes no cuestionaron ni la identidad ni el lenguaje de sus protagonistas, quienes nos ofrecieron fotocopias del artista adolescente y confesiones de una cáscara, han quedado atrapados para siempre entre el descaro y la promesa. Dentro de esta novelística JUM (joven, urbana y marginal), la novela más destacada por sus logros estilísticos y su capacidad de formalizar creativamente los conflictos de la degradación, la violencia y la soledad fue Al final de la calle (1993) de Óscar Malca. Por su parte, Carlos Rengifo publicó La morada del hastío (2001) todavía bajo el influjo de la novelística precedente; sin embargo, ya se observaba su capacidad en el diseño de personajes femeninos y su sintaxis minimalista que escondía una gran fuerza expresiva. La casa amarilla es una novela que desarrolla una historia literaria común, pero que alcanza ribetes notables por la cabal reconstrucción de la vida interior del personaje central, la adolescente Delicia.

Los silencios del narrador (no se dice explícitamente que la casa amarilla es un manicomio, que Delicia es esquizofrénica, que su padre la violó reiteradamente) y sus ambivalentes sugerencias crean una atmósfera que distorsiona la realidad y multiplican los sentidos de la lectura. Cuando Delicia mata a Barrabás elimina a su verdugo sexual, pero rompe el único vínculo que tiene con el mundo Real. Ella mata al producto privilegiado del Otro (al orden simbólico que legitima la realidad). Después de esto solo le queda la cárcel de su síntoma que se hace gradualmente más intolerable, pero que, simultáneamente, es la única brújula que tiene para orientarse. Por ello, para Delicia «lúcida solo dentro de sí misma, lo externo era ahora una nebulosidad que rara vez se clareaba». La pericia del narrador consiste en calar verticalmente en la lógica y el discurso de la locura y mostrarnos sus avatares sin dramas ni concesiones: «Se quitó los cisnes y fue a mirarse a la laguna, cogió el zapato y se peinó delicadamente, viendo en el reflejo las góndolas colgadas en la caverna». El sentido global de la novela se apoya en la intertextualidad con los colores incendiados y la conducta insana de Van Gogh, y con los poemas de Extracción de la piedra de la locura de Alejandra Pizarnik. También hay alusiones a la cultura de masas: la protagonista desea recrear la famosa escena del vómito de la niña de El exorcista. La audacia estilística y la belleza formal alcanzan su punto culminante en la digresión sobre la«fétida cloaca del linaje humano», como se autodenominaba Santa Rosa. La animada narración de sus autoflagelaciones en la Lima virreinal revela no solo el estudio de la sensibilidad de una época, sino la cabal aprehensión de la vida cotidiana y las formas perversas de la experiencia mística. El texto parece sugerir que la causa de esa profunda sensación de autoculpabilidad de la santa provenía también del mismo síntoma que padecía Delicia.
Aunque algo estereotipados, la madre prostituta y el padre militar mutilado son sujetos disfuncionales que jaquean las distinciones entre cordura/locura del personaje y su entorno familiar. En toda la novela, los cuerdos son personajes desrealizados y caóticos. La regularidad, la seguridad y el orden están dentro de la casa amarilla. El lenguaje de la loca Delicia es su verdadera morada, el único territorio que le permite existir socialmente mediante el simulacro de la interacción con el mundo hostil de los hombres sanos. La prosa ha sido minuciosamente trabajada, en sus mejores momentos, el ritmo crea una sensación de trance hipnótico. No obstante, a veces, el lector lamenta los bruscos cambios de registro verbal que solo buscan crear una frase efectista, pero que terminan lesionando la trama invisible de las palabras. Esta buena novela marca la resurrección de un autor que superó la vorágine kitsch de la marginalidad urbana, y que halló en las habitaciones de la locura su voz más original y creativa.
Marcel Velázquez

Desolada y bella, La casa amarilla es la historia de una joven herida y frágil que por su resistencia a vivir en la mentira y las apariencias, ha sido internada en un sanatorio por una temporada sin término. No se trata, sin embargo, del mero relato de un evento psiquiátrico, sino de la exploración de las condiciones de la existencia que, en el caso de ella, se despliega entre el deseo y el ansia de vivir en el mundo y la imposibilidad de hacerlo dadas la degradación y la crueldad de las relaciones humanas. Implacable en la búsqueda de las raíces de su propio dolor, la protagonista, en un rapto de lucidez extrema, ejecuta el acto en el que alcanzará la libertad y el sosiego.
Ganado por el buen manejo narrativo, dueño de una prosa sugestiva, Carlos Rengifo se interna en el lenguaje de las formas, donde lo lúdico se mezcla con lo poético, para entregarnos un texto eficaz en el que vislumbramos a un narrador experimentado, hábil en crear atmósferas decantadas y en pintar en breves trazos personajes fronterizos. Con esta novela, Rengifo da un giro singular en su producción literaria, dejando en evidencia su versatilidad creativa, y se constituye en una de las voces más representativas en la narrativa peruana de los últimos años.
Miguel Gutiérrez

sábado, 3 de mayo de 2014

UÑAS

Con esta nouvelle, Carlos Rengifo opta por los habitantes de la noche, obsesionados con el ejercicio de una sexualidad primaria, casi pueril. Ella es correlato del ostracismo en el que se retuercen hombres y mujeres sin un lugar preciso al interior de los excluyentes modelos sociales y económicos que imperan hoy. Así, desfila una galería de seres con su propia filosofía de los excesos (el gran Del Paso diría que también de los «sexesos»), como la llamada «enana piercing», una lesbiana alcohólica que da rienda suelta a todos sus instintos, o la poeta que muestra generosamente los senos al aire, sin el menor empacho, en la presentación de sus libros.
El narrador en primera persona —un reportero gráfico desganado— esboza este mundo desde una perspectiva confesional: está hechizado por Tatiana, una muchacha dark de identidad ambigua, reacia al coito a pesar del juego con que provoca la agitación de las hordas masculinas. El mérito de Rengifo, más que haber diseñado una historia sólida, es el desarrollo de esta pasión, destinada a convertirse en un «amor imposible» de las canteras subterráneas. El trazo de los otros figurantes se precipita, por momentos, en el estereotipo. Pero a falta de una anécdota matizada, el texto se apoya con oficio en la fijación morbosa del fotógrafo en torno de la chica.
Es probable que el desenlace tampoco esté a la altura de las circunstancias, a menos que se asuma como una alegoría de la frustración erotómana. Vale entonces la capacidad del autor para suscitar el interés apoyándose en la turbia psicología de sus criaturas. Y eso es lo que redime a Uñas ante otras obras similares, artificiosas y efectistas: una visión personal frente a volúmenes escritos por niños disforzados, cuyo único interés es provocar por provocar sin haberse colocado los pantalones largos.
José Güich Rodríguez

viernes, 2 de mayo de 2014

EL RUMOR DE LA TORMENTA

Un padre atormentado por el descarrilamiento de su hija adolescente, un maestro desalmado, asesino e insano; una niña víctima de una mafia de pornógrafos infantiles; un escritor gay que cobra cuotas; un médico-actor emocionalmente desequilibrado; un veterano de la guerra interna, lisiado y violador; un muchacho desempleado seducido por una potencial homicida y un político corrupto son el trágico saldo de protagonistas de El rumor de la tormenta, último libro de cuentos del narrador limeño Carlos Rengifo. Historias crudas y ambientes cotidianos dan forma a los relatos de Rengifo. Relatos de personajes y acciones, de descarrilamientos conductuales y fatales ironías. La sombra de la maldad y la sinrazón se cierne sobre las cabezas de estos antihéroes nacionales, desdichados tercermundistas que bregan sin éxito en el entramado del día a día. Echando mano de una prosa sencilla y distanciada, el autor nos presenta un universo donde la tranquilidad es una palabra desconocida y cuyas imágenes apelan a un realismo sucio exento de cualquier atisbo de tratamiento lírico.
Muchos de sus personajes conservan una suerte de languidez, pierden verosimilitud y ganan maniqueísmo hasta devenir en meros esbozos caricaturescos, como el profesor de «Tierra de nadie» o el excombatiente de «Cenizas del pasado», ambos cuentos de giros finales que, pese a sus pretensiones de sorpresa, sucumben ante lo predecible. No obstante, se hacen también primeros planos certeros, como el de «El festín del cordero». En él se narra dos trajinados días de un ilustre padre de la patria. Carnero, congresista oficialista, despliega una serie de lugares comunes, tanto en su accionar como en su oratoria, acercándose a una versión burócrata y despreciable de la peor muestra de bufonería nacional: el corrupto. Este personaje abyecto —cuyos correlatos en la realidad deberíamos aprender a odiar más— es víctima de una de las peores anagnórisis posibles. Con dicho final Rengifo escapa hábilmente de una salida con moraleja, riesgo que se da en la escena del asentamiento humano, e inserta una posibilidad mucho más terrible, original y rica.
Olga Rodríguez Ulloa

Carlos Rengifo es uno de los narradores más notables aparecido en la década de los noventa. En El rumor de la tormenta, las historias marcan un ritmo desenfrenado, donde los personajes se adueñan del lector para sumergirlo en mundos tan humanamente complejos, que parecieran atraparnos en laberintos en los cuales aparece la resignación como única salida. Las historias que habitan estas páginas, estupendamente narradas desde el vientre mismo del engaño, el rumor, la desilusión y la esperanza, constituyen un fresco de la transición social y moral que experimenta una sociedad que se resiste a los cambios, pero que finalmente sucumbe, sin valorar el costo.
Gabriel Rimachi Sialer

PROSAS IMPÚDICAS

Ubicado dentro de la larga tradición en la literatura peruana, caracterizada por escribir libros hechos de fragmentos o a partir de fragmentos, no queriendo afirmar que sea fácil como tampoco lo contrario —en la medida que ello solo responde a la capacidad creativa del autor—, las Prosas Impúdicas de Carlos Rengifo quieren relatar, empleando frases cortas, de efecto inmediato, con un lenguaje llano, conciso, impertinente incluso, aunque jamás llegue a la procacidad o brutalidad de lo erótico ni de lo pornográfico, las impresiones, miedos, soledades, angustias, esperanzas, desesperanzas que pueden pasarle a cualquier ser humano cuando se enfrenta a la vivencialidad de un tema que prosigue siendo un tabú pese al siglo XXI: la cópula, el coito, en suma, el sexo puro elevado a su máxima expresión de oscuridad que tanto fascinaba a Bataille.
Siguiendo una práctica tan antigua y constante desde Cervantes hasta Borges, el autor se ha entregado esta vez al simulado papel de ser únicamente el editor del manuscrito de otro escritor, un tal Enrique Mostrenco, para colocar su inspiración dentro del llamado «realismo sucio» o «minimalismo», que propugna a pesar suyo o quizás con su absoluta complacencia, en una serie de setenta y ocho fragmentos, sin título o cualquier indicación que los individualice, ninguno de los cuales en extensión pasa de la página, pero que van dejando su sabor de transgresión (que no por eso raya en la contundencia) aunque, según se afirma en la contraportada, «están hechas con la frescura de la osadía, se regodean en la irreverencia y no quieren salir de allí más que con el vuelo del escarnio».
En consonancia a esto, las prosas breves de Rengifo constituyen la captación de aquellos chispazos que por lo general lo decimos a media voz (por temor al que dirán quienes nos escuchen) para expresar en párrafos que, dependiendo de la sensibilidad de cada cual, podrían sonar crudos o exagerados, pero que no en derivada lógica hacen falta a la verdad, que de cualquier modo siempre será superada por la ficción. Claro está que la primera fuente de la que bebe con delectación el autor es la, siempre cuestionada, Realidad, así con mayúscula, en la medida que el hombre es por naturaleza nacido del sexo, en estado salvaje, en estado puro tan presente, aun cuando para hacerlo «domesticable» se diga que es indispensable el amor y siendo el mismo un sentimiento que muchas veces difiere de lo carnal, hace que resulte difícil poder hablar de un tema así. Por lo tanto, con este libro estamos ante una visión que parte del sexismo, del egocentrismo machista, la versión de un solo lado que considera a la mujer como un simple objeto de uso sexual y que de hecho, a causa de ello, serán odiadas por las feministas que etiquetan como detestable aquello que huele a macho zaheridor.
No obstante, el sexo también es placer («La palabra placer significa lo mismo y es bella en todos los idiomas» decía Octavio Paz) y, en esto muchas veces falta el amor, también asociado a la procreación, de lo cual se desprende que Rengifo en la ocasión que tratamos ha debido desembarazarse de los personajes adolescentes, casi púberes de su narrativa temprana, de aquellos que se extravían en sus propias contradicciones en un mundo donde respiran, aunque no comprenden, para inclinarse por la amplitud en edad (cuando lo hace) que solo aporta la experiencia erótica vital y más ahora en una sociedad como la nuestra, donde los signos sexuales están desperdigados por doquiera, de manera directa o soterrada, manejados principalmente por los medios de comunicación que ejercen una enorme influencia que no podemos negar.
Definitivamente el hombre tiene muchas aristas y, como decía George Bernard Shaw, «un lado oscuro que oculta a los demás». Por eso, la faceta sexual del hombre, pese a los avances que en nuestro tiempo se han dado, por lo menos todavía en América Latina continúa este manteniendo su aura de prohibido, de perversión y hasta de demoníaco que prefiere mantenérsele en lo especulativo.
En los tiempos de la Edad Media, es solo una expresión, Carlos Rengifo hubiese ido a parar a la hoguera, en cambio ahora ello es inconcebible, implicaría una gratuita publicidad que lo beneficiaría haciéndolo «famoso». De aquí proviene pues nos resulte imposible entender la suficiente razón que justifique la utilización de un seudónimo para esconderse como «Enrique Mostrenco» (cuyo apellido en nuestro español tan coloquial indica a un «ignorante o tardo en discurrir o aprender»), en un iconoclasta que tal vez intentó ser sin alcanzar a serlo, salvo que con ello haya sintomáticamente querido expresar, al mismo tiempo, que el sexo a inicios del siglo XXI prosigue en el campo del tabú, puesto que de lo contrario, sería una resta y no un agregado que aumente su condición de marginal que este libro pretende.
Gustavo Tapia Reyes

LA MORADA DEL HASTÍO

Esta novela se inscribe dentro de la estética del realismo. Pero sus fuentes principales no son el «realismo sucio», el «minimalismo» o «el policial negro» norteamericanos tan influyentes en los narradores peruanos e hispano americanos de las últimas décadas (Ricardo González Vigil lo ha considerado seguidor de Bukowski), sino la tradición realista (diremos mejor «nuevo realismo» que neorrealismo ya que nos remite a la corriente italiana de los años 40-50) peruana. En particular, Julio Ramón Ribeyro, Oswaldo Reynoso, Carlos Eduardo Zavaleta, Enrique Congrains y Mario Vargas Llosa. La morada del hastío realiza, a su modo y en otra escala, distinta a la de los libros de cuentos del autor, un nuevo y superior intento de totalizar un microcosmos el de los jóvenes limeños de los años 90 y proponer una instantánea multidimensional como una metáfora, una alegoría, como una visión trágica sumamente corrosiva de la sociedad peruana.
Pero, Carlos Rengifo asume y continúa, en su primera novela, el reto de la novela del siglo XX, fusionar la visión realista y la simbolista en la narración, y, así, aspirar a un retrato totalizador que no se quede solo en lo empírico y pragmático de la experiencia humana. La morada del hastío logra mantener el equilibrio entre lo realista y lo alegórico aunque el realismo, por momentos, llega a sofocar el ingrediente simbolista hasta tornarlo esquemático que transitan, por lo general, en esta narración con un tratamiento hábil y acertado. Los protagonistas son jóvenes de la clase media limeña escéptica y desencantada, aspirantes a artistas, habituales concurrentes de bares, pubs, discotecas, prostíbulos y, sobre todo, las calles de Lima la horrible, buscando vencer censuras y represiones morales y entregarse al lenguaje del cuerpo desinhibido.
En sus travesías estos muchachos rinden culto a la libertad, el machismo y la violencia gratuita y autodestructiva, con un código de vida que colma provisionalmente los vacíos de su inadaptación social. Para superar el muro cerrado de la formación o de-formación familiar y el proceso de estupidización gradual al que somete la educación formal, adoptan máscaras prestigiosas, en el ámbito donde pululan, se desenvuelven y rivalizan con el mundo «normal»; mintiéndose para llegar a ser lo que quieren, acaban por ser una jauría de agnósticos esteparios, tramposos, usurpadores de los grandes papeles: Samuel, Julián, Freno, Niágara, Petrusca y Camila, en el fondo «jóvenes-bien» disfrazados de «malditos» que buscan afanosamente integrarse, muy a pesar de ellos mismos, al orden natural. Ello explica, a nuestro entender, que sus historias tengan un sabor entre trágico y cómico, que parezcan penosos malentendidos.
Casi estamos tentados a leer esta novela no como un episodio realista, sino como la transposición alegórica de nuestros propios elementos anecdóticos. ¿Se trata de una alegoría o parábola de la integración social emancipada de toda obligación verista? ¿Es su propósito denunciar la castración de toda una generación a la que alude Rengifo (es decir, la suya propia)? ¿O estamos, acaso, ante la parábola del destino al que se halla expuesto el aspirante a artista en Lima y quizá Hispanoamérica? ¿O es una ilustración psicoanalítica desfasada del complejo de castración? Hasta cabría preguntar si este escorzo no nos está diciendo que toda etapa formativa del artista es una frustración, que la juventud no es ya más una etapa dorada sino una atroz marca de fuego que los supervivientes sobrellevan siempre. La respuesta no es clara, es muy ambigua quizá porque el relato mismo también lo es.
La historia de los seis protagonistas está contada como en sordina, mantenida en un nivel dramático deliberadamente más bajo del que podrían haber alcanzado: la truculencia deriva en comicidad grotesca. Esto es una novedad casi absoluta en la obra de Rengifo, una de cuyas más notables ausencias (la otra es la ausencia de Dios) era la del humor corrosivo. Podríamos llegar a leer La morada del hastío como una especie de sanción indirecta que se les infiere a los seis protagonistas por su incompleta adaptación a la vida. No obstante, el aspecto simbólico más importante es el que nos muestra la alienación del grupo como el reflejo inverso de otra, más sutil, que se apodera de quienes los condenan: aquellos a los que sus destinos se les afloja, los que se hunden en la mediocridad, los que repiten pacíficamente el negado ciclo de sus padres, en suma, un fondo general de aburguesamiento. A la derrota notoria y evidente de los protagonistas-víctimas, inadaptados para siempre con su mundo, corresponde otra derrota, más lenta y corrosiva, de los que se someten hipócritamente a una sociedad alienada por los falsos valores de la figuración y el dinero.
Tras leer esta novela, perturbación es un término que queda titilando en nuestra memoria ante el estupor del espacio en blanco. Vértigo es otra palabra que llega hasta nosotros ante el encuentro con las implicaciones, no las explicaciones que por momentos aparecen como la fijación viciosa en aspectos personales predecibles de los protagonistas. Perturbación, frente al compromiso con el arte. Vértigo, ante lo cíclico del retorno de las estaciones críticas.
David Abanto Aragón

Resulta fácil alabar la juventud cuando se trata de una obra no solo escrita por jóvenes sino enmarcada en un mundo que es prioritariamente real, y por lo general, inquisidor, burlón, a veces tanático, pero siempre dispuesto a testimoniar vida, aun a gritos desesperados, infernal y doloroso. Carlos Rengifo acusa todo esto y merece un reconocimiento especial, porque precisamente nos habla de una juventud con sentido, una juventud que nos recuerda a todas las otras juventudes que han llorado, se han desesperado, han acudido, han gritado, han buscado. Esas juventudes sin final que somos los poetas, los narradores, los artistas.      
Ana María García