Con esta nouvelle, Carlos Rengifo opta por los habitantes de la noche, obsesionados con el ejercicio de una sexualidad primaria, casi pueril. Ella es correlato del ostracismo en el que se retuercen hombres y mujeres sin un lugar preciso al interior de los excluyentes modelos sociales y económicos que imperan hoy. Así, desfila una galería de seres con su propia filosofía de los excesos (el gran Del Paso diría que también de los «sexesos»), como la llamada «enana piercing», una lesbiana alcohólica que da rienda suelta a todos sus instintos, o la poeta que muestra generosamente los senos al aire, sin el menor empacho, en la presentación de sus libros.
El narrador en primera persona —un reportero gráfico desganado— esboza este mundo desde una perspectiva confesional: está hechizado por Tatiana, una muchacha dark de identidad ambigua, reacia al coito a pesar del juego con que provoca la agitación de las hordas masculinas. El mérito de Rengifo, más que haber diseñado una historia sólida, es el desarrollo de esta pasión, destinada a convertirse en un «amor imposible» de las canteras subterráneas. El trazo de los otros figurantes se precipita, por momentos, en el estereotipo. Pero a falta de una anécdota matizada, el texto se apoya con oficio en la fijación morbosa del fotógrafo en torno de la chica.
Es probable que el desenlace tampoco esté a la altura de las circunstancias, a menos que se asuma como una alegoría de la frustración erotómana. Vale entonces la capacidad del autor para suscitar el interés apoyándose en la turbia psicología de sus criaturas. Y eso es lo que redime a Uñas ante otras obras similares, artificiosas y efectistas: una visión personal frente a volúmenes escritos por niños disforzados, cuyo único interés es provocar por provocar sin haberse colocado los pantalones largos.
José Güich Rodríguez
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